2. Mortalidad
El perfil de la mortalidad ha cambiado sustancialmente en los últimos 100 años. Entre 1910 y 1921, los años que duró el conflicto armado, la población se vio disminuida en 800,000 habitantes (alrededor de 5% del total en 1921); la pérdida se debió en mayor medida a la combinación de cuatro eventos: las acciones bélicas, la epidemia de la influenza española, la emigración hacia Estados Unidos y la separación de parejas junto con el retraso de las uniones matrimoniales. Campos Ortega hace un diagnóstico de las condiciones de mortalidad prevalecientes a principios del siglo xx; señala que entre 1900 y 1920 la mortalidad infantil supera las 200 muertes por cada mil nacidos vivos y a los 5 años de edad las cohortes iniciales se habían reducido en más del 35%. Según las tablas transversales de mortalidad, los efectivos se reducían a la mitad entre los 15 y 20 años y a la cuarta parte entre los 45 y 50 años. A los 65 años sólo llegaba entre 10 y 15%, a los 75 años 5% y a los 85 años alrededor de 1%. En contraste, para los nacidos en la actualidad se espera que alrededor de 75% vivan más de 65 años.
Terminada la Revolución Mexicana y después de un período de consolidación del gobierno federal, los componentes de la dinámica demográfica empezaron a moverse siguiendo el patrón de la transición demográfica. La mortalidad comenzó a descender a finales de la década de 1930, en primera instancia por la estabilidad política y económica que permitió incrementar los niveles de bienestar de la población a través de la introducción de medicamentos; seguido por la creación en 1943 de la Secretaría de Salubridad y Asistencia (ssa) y del Instituto Mexicano del Seguro Social (imss), estas instituciones tuvieron la capacidad de proveer atención a la salud y medicamentos para una parte importante de la población, así como implementar programas de salud pública.
El objetivo de las políticas de población era disminuir la mortalidad general con especial énfasis en la mortalidad infantil, para ello, a las estrategias de desarrollo económico y social se incorporaron los programas de salud pública e infraestructura y gran parte de los esfuerzos se avocaron al combate de las enfermedades transmisibles o infecciosas y lograr con ello disminuir los niveles de mortalidad; las mejoras se reflejaron casi de inmediato, en 1930 la tasa de mortalidad infantil era de 130 por mil, se redujo a prácticamente 100 por mil en 1950, en 1990 era de 39 por mil y en 2008 la cifra se sitúa en 15 por mil.
A través de las condiciones de mortalidad que enfrentaron los actuales adultos mayores cuando eran niños, se pueden identificar tres grupos con diferentes necesidades de atención a la salud: 1) aquellos que tienen 85 años y más, nacidos en 1926 o antes, en medio del conflicto armado, con altas tasas de mortalidad y escasas posibilidades de desarrollo, 2) los nacidos entre 1927 y 1941 con mejores condiciones de salud y menores probabilidades de fallecer en los primeros años de vida, el grupo de 70 a 84 años, y 3) los que nacieron en medio de uno de los períodos en que la mortalidad muestra los descensos más rápidos incluso a nivel mundial, aquellos que en 2001 tienen entre 60 y 69 años.
La mayor sobrevivencia en las edades infantiles que se produjo en esos años tiene impacto en las condiciones actuales de la población envejecida, con exposición a factores de riesgo diferentes, los cuales fueron mayores y más adversos para las cohortes más viejas. Antes de 1930 se esperaba que uno de cada tres niños no llegará a la juventud, el hecho de que una mayor proporción alcance esas edades está reconfigurando a la sociedad, la familia y a los individuos.